El aprendizaje informal en las organizaciones
Aprendemos a trabajar colaborando con
otros (y otras, por supuesto)
Pertenezco
a una organización que requiere de un proceso de formación continua. Nuestra
misión es compleja y nuestra visión a futuro, ambiciosa. Lo que hacemos, o
dejamos de hacer, cambia definitivamente el futuro de muchas personas, jóvenes y
con gran potencial todas ellas. La responsabilidad es muy grande.
La
organización enfrenta esta necesidad por medio de cursos y talleres: salón,
pupitres, facilitadores, temarios, actividades, evaluación... A pesar de la
indudable calidad de esta programación, quienes asistimos sentimos que se
quedan muy cortos en cuanto a entender la complejidad de nuestro diario
laborar, como punto de partida para mejorar.
Proporcionan
capacitación personal, pero no ayudan a establecer relaciones y procesos que
innoven o mejoren lo que hacemos fuera del aula de capacitación. Al terminar,
los asistentes sabemos más de algún tema, pero no necesariamente estamos mejor habilitados
para realizar nuestro trabajo en la realidad en movimiento de nuestro contexto
particular. Uno inmerso en la volatilidad de nuestra época, en que todo cambia
y nada permanece estático.
Esto
no funciona del todo bien. No se logra que los miembros de la organización sientan
ser parte de un grupo que discuta el significado y la trascendencia del
trabajo, planifique de manera colaborativa la manera de enfrentar los cambios
vertiginosos, innove, o tome decisiones trascendentes, situaciones todas que
constituyen la esencia del trabajo.
Una
opción es complementar la capacitación tradicional de los adultos, la que casi
siempre repite los vicios de la educación escolar de los jóvenes, con otras
estrategias. Es posible innovar mediante la formación de grupos que discutan
creativamente la misión compartida y, sobre todo, la visión a futuro, que es el
motor motivador; o que intenten resolver problemas específicos, o tomen participativamente
decisiones que necesitan ser acatadas por todos. Estas intervenciones crean una
cultura de indagación colaborativa, que es el centro del aprendizaje en
cualquier organización, investigación que crea conocimiento colectivo práctico,
también llamado organizacional.
Según
Miriam Ben-Peretz y Shifra Schonmann, de la Universidad de Haifa, una opción de
este tipo es el aprendizaje informal. Su característica principal es un
ambiente protector de las amenazas del ridículo y el autoritarismo, como en las
salas para tomar café, fumar un cigarrillo o conversar por un momento con algún
compañero de trabajo, dentro de él.
El
aprendizaje informal forma comunidades de relaciones estrechas; ésta es su
principal virtud. No se trata de espacios de esparcimiento sino de libertad
para entablar conversaciones profesionales, intercambios que al mismo tiempo
son nutritivos desde el punto de vista de la socialización y la amistad entre
pares.
El
ejemplo más palpable que puedo dar consiste en el chat de WhatsApp con que un
grupo de trabajo al que pertenezco se mantiene en contacto estrecho. Esta
conversación virtual es un contexto de práctica profesional, y no un lugar de
relajo, aunque sea mucho muy relajado. Es un refugio de las tensiones diarias
en el que igual se actúa como aprendiz que como instructor, libre de la rigidez
causada por la jerarquía. La intensidad profesional de este ambiente se enfoca
en las situaciones laborales más urgentes o importantes, de una forma divertida
e interesante. Esto genera riquísimo aprendizaje y conocimiento organizacionales,
por la reflexión sostenida, libre, variada y colaborativa los participantes.
Aunque
la calidad de la formación permanente de mi organización es excelente, he
aprendido más en estos grupos informales que en la mayoría de los cursos de
capacitación institucional a que he asistido.
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