Trampas de la formación para el trabajo
Adultos profesionales y jóvenes estudiantes
no aprenden de la misma forma
Nuestra
época es de cambio vertiginoso, lo que hace inevitable la educación durante
toda la vida, sobre todo para el trabajo. Sin embargo, es común el error de capacitar
a adultos y adultas de la misma forma en que son tratados niñas, niños y
jóvenes en escuelas y universidades. No es lo mismo educar estudiantes en un
salón con pupitres que adultos en su lugar de labor. Las diferencias son tan
grandes que bien vale la pena entender lo que pasa.
En institutos
y universidades ocurre algo asombroso: como el profesorado requiere de
formación permanente, al mismo tiempo que se encarga de impartir educación para
los jóvenes, parece normal querer aplicar las mismas estrategias en ambos
casos. Es extraño: los expertos en educar escolares, quienes no lo son,
intentan formarse como si lo fueran.
Según
Malcolm Knowles, creador de la andragogía, o educación de los adultos, la
necesidad de saber difiere radicalmente en escolares que en adultos que
trabajan. Niños y jóvenes deben aprender lo que sus profesores han preparado
para ellos sin consultarles, mientras que los adultos necesitan saber por qué
deben aprender algo, antes de hacerlo. Esta diferencia es fundamental. Los
adultos parten de una necesidad particular para aprender mientras que los
escolares lo hacen desde su necesidad de aprobar un plan de estudios (además de
complacer a familiares y profesores).
Por su
edad y desarrollo, los escolares son dependientes de las decisiones de sus
profesores, mientras que los adultos se perciben a sí mismos como responsables
de su propia vida. Por ello, requieren ser tomados en cuenta desde la
planeación hasta la evaluación de su aprendizaje, además de ser tratados como
capaces de dirigirse a sí mismos. Resienten las situaciones en que les imponen objetivos,
estrategias y actividades. El autoconcepto es muy diferente en ambos casos:
dependiente vs. autónomo.
Cuando
aprenden, los escolares tienen poca experiencia de vida, mientras que los
adultos cuentan con un rico bagaje existencial. No sólo han vivido más, sino
que lo han hecho de manera independiente. Por ello, los adultos necesitan de la
incorporación de su propia experiencia como guía para su aprendizaje, lo que por
la variabilidad de vivencias hace difícil la estandarización de la instrucción.
Los adultos responden mejor a las asesorías personalizadas y al trabajo en
equipos pequeños, mucho más que a aprender en grupos grandes, como los
escolares.
En la
mayoría de nuestras escuelas, los estudiantes tienen buena disposición para
aprender lo que ha sido diseñado para ellos; deben hacerlo si desean aprobar el
curso. En cambio, los adultos sólo están dispuestos a aprender lo que necesitan
saber y son capaces de aprender. No les sirven los cursos temáticos que no generan
una aplicación práctica inmediata a sus problemas en el trabajo, el que difiere
de los de otros adultos.
El
aprendizaje de los escolares puede centrarse en temas generales impartidos en
salones, mientras que los adultos prefieren desarrollar destrezas para resolver
problemas específicos. A los escolares les agrada la escuela, con sus salones y
pizarrones, mientras que los adultos prefieren aprender del trabajo mismo, mientras
están inmersos en él.
A los
escolares se les motiva desde fuera, por ejemplo con calificaciones, premios y
castigos, mientras que los adultos, aunque reaccionan a los motivadores
externos, prefieren responder a los deseos internos, como la mejora de su
calidad de vida o el aumento de su autoestima.
Como
puede leerse, no es comparable ser un estudiante en una escuela que un adulto
con necesidad de formación y capacitación. Y como dice la canción: no es lo
mismo pedagogía que andragogía, ni resulta igual.
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